La redención de Maximiliano Calvo tras sus adicciones: terapia, sobriedad y rock&roll
Un año y medio después de dejar la cocaína, el músico argentino se embarca, junto a su terapeuta, en una gira por 20 centros de desintoxicación de toda España


Mientras la banda toca a su espalda, el rockero se mete entre los espectadores apartando sillas para improvisar una pista sobre el césped. Trepa a un asiento y salta sobre la hierba donde empieza a contorsionar sin soltar el micro. Contagia su electricidad al público, una veintena de personas tan variopintas como sus pasos de baile: el twist de los señores de pelo cano, el cabeceo de la madurita mod, las manos cortando el aire de los más jóvenes… En el ecléctico grupo hay un empresario, una agricultora, un ingeniero; de 28 a 70 años, vienen de Almería, Ciudad Real o el País Vasco... En el chalé con jardín de Mezquitilla (Málaga) donde bailan cada uno a su bola ya es mediodía. Pero lejos de ser un after, esto es un centro de desintoxicación. Lo que les une es que todos son adictos. Incluido el cantante.
Maximiliano Calvo, 32 años, empezó a los 17 con la banda indie argentina Intrépidos Navegantes. Y con las rayas. Ha sido telonero para The Killers, Arcade Fire, Roberto Carlos o Fito Páez. En 2019 se mudó a Madrid, llenando en solitario salas como el Café Berlín o la Caracol, colaborando con Drexler o Soleá Morente... También se convirtió “en el más yonki de la noche madrileña”. Quienes le conocen, dicen que entonces era un personaje y ahora, una persona. Hay muchas anécdotas, las de siempre. “Rockerito de manual”, define su yo del pasado. También como un “tremendo hijo de puta”.
“Me cuesta aceptar el cactus que fui...”, canta Maxi ante el público entregado del Instituto Castelao de Mezquitilla. “Cuando me pude sentar al piano, lo primero que me salió fue pedir perdón, también a mí mismo”, ha explicado sobre Temporada mala, la canción que compuso tras pasar tres meses ingresado en un centro muy parecido a este cuando dejó la cocaína hace un año y medio.
Le obligaron a quitarse hasta de escuchar música. “Necesitas limpiarte, a mí me vino bien, la tenía muy asociada al estilo de vida de mis ídolos”, cuenta Maxi, a quien le costó volver a disfrutar a su adorado Charly García. Cuando salió, su terapeuta le recomendó “seguir parado un tiempo”. Evitar los conciertos, la noche, el mundillo musical. Podían ser disparadores de la enfermedad. Así que buscó otro terapeuta.

Encontró a Álvaro Bermejo, al que cuando le preguntas la edad dice “40 años, 13 limpio”. El director del centro de adicciones Iddem de Madrid abrió hace una década “una consulta donde dejar las drogas sin dejar de vivir”. “La recuperación tiene que parecerse a la vida, no entiendo que esté hiperreglada”, opina. “Claro que dejas de consumir, pero no pasa nada más. Lo gordo es construir una vida”.
Bermejo dejó que Maximiliano volviese a tocar. Una terapeuta de su centro le acompañó a su primer bolo sobrio, en las fiestas de San Isidro, y le esperó en el camerino al bajar del escenario, ese momento en el que “el cuerpo te pide el estímulo”. Junto a su manager, Mariana Gyalui, —que es además su “acompañante terapéutica”, quien lo empujó a desengancharse y lo cuida, y la ideóloga de todo este sarao —, se aseguraron de que no hubiese alcohol ni drogas a la vista, de que nadie le ofreciese y se fuese a casa pronto.
Crearon un nuevo marco. “Las restricciones hay que ponerlas con sentido común”, dice Bermejo, que tampoco cree en “el regodeo de ver quién se drogó más, o la montó más gorda”. Explica que en la terapia de adicciones, hay, como en la crianza de niños o el adiestramiento animal, escuelas más conductistas y estrictas; y otras más emocionales y flexibles. “Más modernas”, dice.

Terapeuta y adicto encajaron. Tanto que decidieron recorrer juntos una veintena de centros de desintoxicación de toda España, haciendo conciertos acústicos en los ambulatorios y con banda en los de ingreso. Otro de los pacientes de Bermejo, el booker mexicano Álex Sloane, organizó la gira que empezó el 5 de marzo en la consulta de Iddem de Madrid donde los tres se conocieron, y acabará el 31 de mayo en Jerez, donde se ingresó Maximiliano. Algunos centros han declinado la oferta. Consideran que alguien que “solo” lleva año y medio limpio se muestre reconstruido ante pacientes que lleva más tiempo parados por recomendación terapéutica puede resultar contraproducente.
En Mezquitilla, antes del concierto, Bermejo explica al público su filosofía: “Quiero enseñarle al mundo que los adictos podemos hacer cosas cojonudas, no me gusta esa imagen del adicto arrastrado, pidiendo perdón... Sí, la hemos liado parda, pero hay que quitarse el chándal y hacer cosas, como esta, para devolver. A mí me sirve”.
El show arranca con Maxi leyendo un extracto de un libro que ha escrito sobre su proceso: “Aquí dentro [en el centro de ingreso] ni música, ni cantar, ni bailar. Al entrar me parecía rarísimo hasta que entendí que estaba en la UCI y que era la única manera de curarme”.
Y sin embargo, aquí está dando un concierto ante gente en esos mismos cuidados intensivos. “Pero esto no es un bolo a secas, hay todo un marco terapéutico”, defiende Maxi. La actividad, que dura una hora y media, como una sesión de terapia grupal, incluye 45 minutos de charla (de Maxi con Bermejo o de este con otros terapeutas) antes de los 45 minutos de música.
Redención
Y luego están las canciones: “En los discos anteriores siempre poetizaba la noche, la farra... pero los temas nuevos tienen un mensaje de redención y recuperación”, dice Maxi, explicando que, como compositor, sobrio se siente más creativo y elocuente.
En De mí también me puedo salvar, el tema que da nombre a la gira, canta sobre convivir con su mayor enemigo. En OK para el amor, sobre cómo a los ocho meses pidió a su teapeuta poder volver a tener citas (el público se ríe con un pelín de amargura). He quedado con mi perro en el Retiro trata sobre como se excusaba de los planes de “la gente de antes”.
“¡Venga y ahora todos juntos, en plan recovery Beatles!: Na-na nana nanaaaa”, se acerca el final y Maximiliano anima al publico para que coree. “Están entregaditos”, dice Eloísa Álvarez, terapeuta del Castelao, que fue paciente de un centro semejante hace 20 años. “Un concierto es algo muy vinculado al consumo, por eso este momento es tan guay”, dice, “les estamos creando una referencia nueva”.
Juan Pablo, 33 años, uno de los 16 ingresados (lleva dos meses), en el concierto ha sentido “una liberación”. En Berlín, donde trabajaba en Recursos Humanos, se perdió en “los búnkeres oscuros del tecno” y este concierto “luminoso” le ha parecido “un subidón autoconsciente” y “una inspiración”.
Araceli, zapatos a cuadros blancos y negros, chapas de The Jam y Small Faces, también lo ha gozado, aunque ha llorado por las letras, con un par de canciones. “Antes” era muy “conciertera” pero, aunque dejó el centro hace año y medio, solo le han dejado ir a ver a Alejandro Fernández con su madre y su hija. “Esto sirve como un tanteo”, dice, “hay que ir iniciándose en cositas”. A Chus, 59 años, le ha costado un poco más. Ha hecho mucha air guitar pero en las últimas canciones se ha sentado. Ha tenido “una foto negra”: un recuerdo malo de su época de consumo. “Me he visto demasiado arriba, como entonces, pero he sabido parar y esta tarde lo trataremos en terapia”.
“¡Otra, otra!”, grita el público. “¡Que no tengo más!”, se disculpa Maxi risueño, “¡cómo se nota que sois adictos!”.
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